(1971)
La Condesa Sangrienta se basa en Erzébet Báthory: La Comtesse Sanglante (Paris, 1963) de Valentine Penrose, que narra la tortura y el asesinato de mas de seiscientas niñas por la Condesa. Fascinada por la lectura como por la presencia misma y la belleza de la intrigante mujer medieval, Alejandra Pizarnik escribe este discutido texto, suerte de ensayo y reescritura de Penrose. Mas allá de todo encuadre posible, se manifiesta una prosa impecable que no duda en abrirse hasta las misma esencia de las palabras puestas a componer imágenes.
La Condesa Sangrienta de Alejandra Pizarnik se compone de ocho textos: "La virgen de hierro", "Muerte por agua", "Torturas clásicas", "La fuerza de un nombre", "El espejo de la melancolía", "Baños de sangre", "El castillo de Csejthe" y "Medidas severas". A continuación, dos de ellos...
...parmi les rires rouges
des lévres luiantes et les gestes
monstrueux des femmes mécaniques.
R. Daumal
Había en Nüremberg
un famoso autómata llamado la "Virgen de Hierro". La condesa Báthory
adquirió una réplica para la sala de torturas de su castillo de Csejthe. Esta
dama metálica era del tamaño y del color de la criatura humana. Desnuda,
maquillada, enjoyada, con rubios cabellos que llegaban al suelo, un mecanismo
permitía que sus labios se abrieran en una sonrisa, que los ojos se movieran.
La condesa, sentada en su trono, contempla.
Para que la "Virgen" entre en acción es
preciso tocar algunas piedras preciosas de su collar. Responde inmediatamente
con horribles sonidos mecánicos y muy lentamente alza los blancos brazos para
que se cierren en perfecto abrazo sobre lo que esté cerca de ella --en este
caso una muchacha. La autómata la abraza y ya nadie podrá desanudar el cuerpo
vivo del cuerpo de hierro, ambos iguales en belleza. De pronto, los senos
maquillados de la dama de hierro se abren y aparecen cinco puñales que
atraviesan a su viviente compañera de largos cabellos sueltos como los suyos.
Ya consumado el sacrificio, se toca otra piedra del
collar: los brazos caen, la sonrisa se cierra así como los ojos, y la asesina
vuelve a ser la "Virgen" inmóvil en su féretro.
...la loi, froide par elle-même,
ne saurait
être accesible aux passions qui peuvent
légitimer la cruelle action du meurte.
Sade
Durante seis años
la condesa asesinó impunemente. En el transcurso de esos años, no habían
cesado de correr los más tristes rumores a su respecto. Pero el nombre Báthory,
no sólo ilustre sino activamente protegido por los Habsburgo, atemorizaba a los
probables denunciadores.
Hacia 1610 el rey tenía los más siniestros informes
--acompañados de pruebas-- acerca de la condesa. Después de largas
vacilaciones, decidió tomar severas medidas. Encargó al poderoso palatino
Thurzó que indagara los luctuosos hechos de Csejthe y castigase a la culpable.
En compañía de sus hombres armados, Thurzó llegó al
castillo sin anunciarse. En el subsuelo, desordenado por la sangrienta ceremonia
de la noche anterior, encontró un bello cadáver mutilado y dos niñas en agonía.
No es esto todo. Aspiró el olor a cadáver; miró los muros ensangrentados; vió
la "Virgen de Hierro", la jaula, los instrumentos de tortura, las
vasijas con sangre reseca, las celdas --y en una de ellas a un grupo de
muchachas que aguardaban su turno para morir y que le dijeron que después de
muchos días de ayuno les habían servido una cierta carne asada que había
pertenecido a los hermosos cuerpos de sus compañeras muertas...
La condesa, sin negar las acusaciones de Thurzó, declaró
que todo aquello era su derecho de mujer noble y de alto rango. A lo que
respondió el palatino:... te condeno a prisión perpetua dentro de tu
castillo.
Desde su corazón, Thurzó se diría que había que
decapitar a la condesa, pero un castigo tan ejemplar hubiese podido suscitar la
reprobación no sólo respecto a los Báthory sino a los nobles en general.
Mientras tanto, en el aposento de la condesa, fue hallado un cuadernillo
cubierto por su letra con los nombres y las señas particulares de sus víctimas
que allí sumaban 610... En cuanto a los secuaces de Erzébet, se los procesó,
confesaron hechos increíbles, y murieron en la hoguera.
La prisión subía en torno suyo. Se muraron las
puertas y las ventanas de su aposento. En una pared fue practicada una ínfima
ventanilla por donde poder pasarle los alimentos. Y cuando todo estuvo
terminado erigieron cuatro patíbulos en los ángulos del castillo para señalar
que allí vivía una condenada a muerte.
Así vivió más de tres años, casi muerta de frío y
de hambre. Nunca comprendió por qué la condenaron. El 21 de agosto de 1614, un
cronista de la época escribía: Murió hacia el anochecer, abandonada de
todos.
Ella no sintió miedo, no tembló nunca. Entonces,
ninguna compasión ni admiración por ella. Sólo un quedar en suspenso en el
exceso del horror, una fascinación por un vestido blanco que se vuelve rojo,
por la idea de un absoluto desgarramiento, por la evocación de un silencio
constelado de gritos en donde todo es la imagen de una belleza inaceptable.
Como Sade en sus escritos, como Gilles de Rais en sus crímenes,
la condesa Báthory alcanzó, más allá de todo límite, el último fondo del
desenfreno. Ella es una prueba más de que la libertad absoluta de la criatura
humana es horrible.