Del Color
De Curiosidades
Estéticas - Salón de 1846.
Por CHARLES BAUDELAIRE
Traducción de Nydia Lamarque 1º edición, 1961, México, Editorial Aguilar.
Supongamos un hermoso retazo de naturaleza, donde todo verdea, rojea, espolvorea
y reluce en plena libertad, donde todas las cosas, diversamente coloreadas según
su constitución molecular, transformadas de segundo en segundo, por el
desplazamiento de la sombra y de la luz y agitadas por su interno trabajo calórico,
se hallan en una perpetua vibración que hace temblar sus líneas y completa la
ley del movimiento universal y eterno. Una inmensidad, azul a veces y verde a
menudo, se extiende hasta los confines del cielo: es el mar. Los árboles son
verdes, el césped, verde, los musgos, verdes; el verde serpentea en los troncos
y los tallos que aún no maduraron son verdes; el verde es el fondo de la
naturaleza, porque el verde se desposa fácilmente con todos los demás tonos.
Lo que ante todo me impresiona es que en todas partes —amapolillas en el césped,
adormideras, papagayos, etc.— el rojo canta la gloria del verde; el negro
—cuando lo hay—, cero insignificante y solitario, solicita el socorro del
azul o del rojo. El azul, es decir, el cielo, está interrumpido por ligeros
copos blancos o por masas grises, que templan felizmente su sombría crudeza, y
como los vapores de la estación, en invierno o verano, bañan, suavizan o
absorben los contornos, la naturaleza se asemeja a una perinola que, moviéndose
a velocidad acelerada, nos parece gris, aunque resume en sí todos los colores.
La savia asciende y como que es una mezcla de principios se
expande en tonos mezclados; los árboles, las rocas, los granitos se miran en el
agua y dejan en ella sus reflejos; todos los objetos transparentes atrapan al
paso luces y colores vecinos y lejanos. Y a medida que el astro del día se
desplaza, los tonos cambian de valor, pero respetando siempre sus simpatías y
odios naturales, continúan viviendo en armonía gracias a recíprocas
concesiones. Las sombras se mueven lentamente y a su paso hacen huir o extinguen
los tonos, a medida que la luz, moviéndose también, quiere hacerlos resonar
nuevamente. Estos entrecruzan sus reflejos, y al modificar sus cualidades y al
bañarlas en la gelatina de cualidades transparentes y prestadas, multiplican
hasta el infinito sus melodiosos desposorios y los tornan más fáciles.
Cuando el gran foco desciende hacia las aguas, rojas
fanfarrias se alzan de todas partes; estalla en el horizonte una sangrienta
armonía y el verde se empurpura ricamente. Pero bien pronto vastas sombras
azules expulsan cadenciosamente a su paso la turba de los tonos anaranjados y
rosados tiernos que son como el eco lejano y debilitado de la luz. Esta gran
sinfonía del día, que es la eterna variación de la sinfonía de ayer, esta
sucesión de melodías, en que la variedad surge siempre del infinito, este
himno complicado, se llama el color.
En el color encontramos la armonía, la melodía y el
contrapunto.
(...)
El aire
desempeña un papel tan importante en la teoría del color, que si, un
paisajista pintara las hojas de los árboles tal como las ve, obtendría un tono
falso; dado que hay un espacio de aire mucho menor entre el espectador y el
cuadro, que entre el espectador y la naturaleza.
Los engaños son continuamente necesarios, aun para llegar a
un efecto ilusorio.
La armonía es la base de la teoría del color.
La melodía es la unidad en el color, o el color general.
La melodía requiere una conclusión; es un conjunto en que
todos los efectos concurren a un efecto general.
Por eso la melodía deja en el espíritu un profundo
recuerdo.
A la mayor parte de nuestros jóvenes coloristas les falta
melodía.
La mejor manera de saber si un cuadro es melodioso, consiste
en mirarlo desde bastante lejos como para no comprender su tema ni sus líneas.
Si es melodioso, tiene aun así un sentido y ha tomado desde entonces su lugar
en el repertorio de recuerdos.
El estilo y el sentimiento en el color provienen de la elección
y la elección depende del temperamento.
Ignoro si algún analogista ha establecido sólidamente una
gama completa de los colores y de los sentimientos, pero recuerdo un pasaje de
Hoffmann que expresa mi idea perfectamente, y que ha de agradar a cuantos aman
sinceramente la naturaleza: "No es sólo durante el ensueño, ni en el
ligero delirio que precede al sueño, sino también despierto y cuando oigo música,
que encuentro una analogía y una íntima relación entre perfumes, colores y
sonidos. Me parece que todas esas cosas han sido engendradas por un mismo rayo
de luz, y que todas ellas deben reunirse en maravilloso concierto. Sobre todo el
olor de las caléndulas, rojas y castañas produce en mi ser un mágico efecto.
Me hace caer en profunda meditación y oigo entonces, como en la lejanía, los
sones profundos y graves del oboe."
Los dibujantes puros son filósofos y destiladores de quintaesencias.
Los coloristas son poetas épicos.