RAYUELA
JULIO CORTÁZAR
Buenos Aires, 1993, Editorial Sudamericana
...Pero el amor, esa palabra... Moralista Horacio, temeroso de
pasiones sin una razón de aguas hondas, desconcertado y arisco en la ciudad
donde el amor se llama con todos los nombres de todas las calles, de todas las
casas, de todos los pisos, de todas las habitaciones, de todas las camas, de
todos los sueños, de todos los olvidos o los recuerdos. Amor mío, no te quiero
por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame
a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estas del otro lado, ahí donde
me invitas a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo mas profundo de la
posesión no estas en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa, hay
horas en que me atormenta que me
ames (cómo te gusta usar el verbo amar, con qué cursilería lo vas dejando
caer sobre los platos y las sábanas y los autobuses), me atormenta tu amor que
no me sirve de puente porque un puente no se sostiene de un solo lado, jamás
Wright ni Le Corbusier van a hacer un puente sostenido de un solo lado, y no me
mires con esos ojos de pájaro, para vos la operación del amor es tan sencilla,
te curarás antes que yo y eso que me querés como yo no te quiero. Claro que te
curarás, porque vivís en la salud, después de mí será cualquier otro, eso
se cambia como los corpiños. Tan triste oyendo al cínico Horacio que quiere un
amor pasaporte, amor pasamontañas, amor llave, amor revólver, amor que le dé
los mil ojos de Argos, la ubicuidad, el silencio desde donde la música es
posible, la raíz desde donde se podría empezar a tejer una lengua. Y es tonto
porque todo eso duerme poco en vos, no habría más que sumergirte en un vaso de
agua como una flor japonesa y a poco empezarían a brotar los pétalos
coloreados, se hincharían las formas combadas, crecería la hermosura.. dadora
de infinito, yo no sé tomar, perdoname. Me estás alcanzando una manzana y yo
he dejado los dientes en la mesa de luz. Stop, ya está bien así. También
puedo ser grosero, fijate. Pero fijate bien, porque no es gratuito.
¿Por qué stop? Por miedo de empezar las fabricaciones, son tan fáciles.
Sacás una idea de ahí, un sentimiento del otro estante, los atás con ayuda de
palabras, perras negras, y resulta que te quiero. Total parcial: te quiero.
Total general: te amo. Así viven muchos amigos míos, sin hablar de un tío y
dos primos, convencidos del amor-que-sienten-por-sus-esposas. De la palabra a
los actos, che; en general sin verba no hay res. Lo que mucha gente llama amar
consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he
visto. Como sise pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te
parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la
eligen porque-la-aman, yo creo que es al vesre. A Beatriz no se la elige, a
Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los
huesos cuando salís de un concierto. Pero estoy solo en mi pieza, caigo en
artilugios de escriba, las perras negras se vengan como pueden, me mordisquean
desde debajo de la mesa. ¿Se dice abajo o debajo? Lo mismo te muerden. ¿Por qué,
pourquoi, why, warum, perché este horror a las perras negras? (...) Tengo miedo
de ese proxenetismo, de tinta y de voces, mar de lenguas lamiendo el culo del
mundo (...) En guerra con la palabra, en guerra, todo lo que sea necesario
aunque haya que renunciar a la inteligencia, quedarse en el mero pedido de papas
fritas y los telegramas Reuter, en las cartas de mi doble hermano y los diálogos
del cine. Curioso, muy curioso que Puttenham sintiera las palabras como si
fueran objetos, y hasta criaturas con vida propia. También a mí, a veces, me
parece estar engendrando ríos de hormigas feroces que se comerán el mundo...
Julio
Cortázar, RAYUELA, Capítulo 93 –fragmento-
Toco
tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera
de mi mano, como si por primera vez tu boca entreabriera, y me basta cerrar los
ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca del deseo,
la oca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una bo alegida entre todas, con
soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que
por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe
por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me mirás, de cerca me mirás, cada vez mas de cerca y entonces jugamos
al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se
acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando
confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los
labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde
un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos
buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo
mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o peces, de
movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y
nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa
instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta
madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.
Julio
Cortázar, RAYUELA, Capítulo 7
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Bebé
Rocamadour, bebé bebé. Rocamadour:
Rocamadour,
ya sé que es como un espejo. Esas durmiendo o mirándote los pies. Yo aquí
sostengo un espejo y creo que sos vos. Pero no lo creo, te escribo porque no
sabes leer. Si supieras no te escribiría o te escribiría cosas importantes.
Alguna vez tendré que escribirte que te portes bien o que te abrigues. Parece
increíble que alguna vez. Rocamadour. Ahora solamente te escribo en el espejo,
de vez en cuando tengo que secarme un dedo porque se moja de lagrimas. ¿Por qué,
Rocamadour?. No estoy triste, tu mama es una pavota, se me fue al fuego el
borsch que había hecho para Horacio; vos sabes quien es Horacio, Rocamadour, el
señor que el domingo te llevo el conejito de terciopelo y que se aburría mucho
porque vos y yo nos estabamos diciendo tantas cosas y él quería volver a París;
entonces te pusiste a llorar y el te mostró como el conejito movía las orejas;
en ese momento estaba hermoso, quiero decir Horacio, algún día comprenderás,
Rocamadour.
Rocamadour,
es idiota llorar así porque el borsch se ha ido al fuego. La pieza esta llena
de remolacha, Rocamadour, te divertirías si vieras los pedazos de remolacha y
la crema, todo tirado por el suelo. Menos mal que cuando venga Horacio ya habré
limpiado, pero primero tenia que escribirte, llorar así es tan tonto, las
cacerolas se ponen blandas, se ven como halos en los vidrios de la ventana, y ya
no se oye cantar a la chica del piso de arriba que canta todo el día Les
amants du Havre. Cuando estemos juntos te lo cantare, veras. Puisque
la terre est ronde, mon amour t´en fais pas... Horacio la silba de noche cuando
escribe o dibuja. A ti te gustaría, Rocamadour. A vos te gustaría, Horacio se
pone furioso porque me gusta hablar de tu como Perico, pero en el Uruguay es
distinto. Pero es el señor que no te llevó nada el otro día pero que hablaba
tanto de los niños y la alimentación. Sabe muchas cosas, un día le tendrás
mucho respeto, Rocamadour, y serás un tonto si le tienes respeto. Si le tenes,
si le tenes respeto, Rocamadour.
Rocamadour,
madame Iréne no esta contenta de que seas tan lindo, tan alegre, tan llorón y
gritón y meón. Ella dice que todo esta muy bien y que eres un niño
encantador, pero mientras habla esconde las manos en los bolsillos del delantal
como hacen algunos animales malignos, Rocamadour, y eso me da miedo. Cuando se
lo dije a Horacio, se reía mucho, pero no se da cuenta de que yo lo siento, y
que aunque no haya ningún animal maligno que esconde las manos, y siento, no sé
lo que siento, no lo puedo explicar. Rocamadour, si en tus ojitos pudiera leer
lo que te ha pasado en esos quince días, momento por momento. Me parece que voy
a buscar otra nourrice aunque Horacio
se ponga furioso y diga, pero a ti no te interesa lo que él dice de mí. Otra nourrice
que hable menos, no importa si dice que eres malo o que lloras de noche o que no
quieres comer, no importa si cuando me lo digo yo siento que no es maligna, que
me esta diciendo algo que no puede dañarte. Todo es tan raro, Rocamadour, por
ejemplo me gusta decir tu nombre y escribirlo, cada vez me parece que te toco la
punta de la nariz y que te reís, en cambio madame Iréne no te llama nunca por
tu nombre, dice l´enfant , fijate, ni
siquiera dice le gosse, dice l´enfant, es como si se pusiera guantes de goma para hablar, a lo
mejor los ti3nen puestos y por eso mete las manos en los bolsillos y dice que
sos tan bueno y tan bonito.
Hay
una cosa que se llama tiempo, Rocamadour, es como un bicho que anda y anda. No
te puedo explicar porque eres tan chico, pero quiero decir que Horacio llegara
en seguida. ¿Le dejo leer mi carta para que el también te diga alguna cosa?.
No, yo tampoco querría que nadie leyera una carta que es solamente para mí. Un
gran secreto entre los dos, Rocamadour. Ya no lloro mas, estoy contenta, pero es
tan difícil entender las cosas, necesito tanto tiempo para entender un poco eso
que Horacio y los otros entienden en seguida, pero ellos que todo lo entienden
tan bien no te pueden entender a ti y a mí, no entienden que yo no puedo
tenerte conmigo, darte de comer y cambiarte los pañales, hacerte dormir o
jugar, no entienden y en realidad no les importa, y a mi que tanto me importa
solamente se que no te puedo tener conmigo, que es malo para los dos, que tengo
que estar sola con Horacio, vivir con Horacio, quien sabe hasta cuando ayudándolo
a buscar lo que el busca y que también tu buscarás, Rocamadour, porque serás
un hombre y también buscarás como un gran tonto.
Es
así, Rocamadour: En París somos como hongos, crecemos en los pasamanos de las
escaleras, en piezas oscuras donde huele a sebo, donde la gente hace todo el
tiempo el amor y después fríe huevos y pone discos de Vivaldi, enciende los
cigarrillos y habla como Horacio y Gregorovius y Wong y yo, Rocamadour, y como
Perico y Ronald y Babs, todos hacemos el amor y freímos huevos y fumamos, ah,
no puedes saber todo lo que fumamos, todo lo que hacemos el amor, parados,
acostados, de rodillas, con las manos, con las bocas, llorando o cantando, ya
fuera hay de todo, las ventanas dan al aire y eso empieza con un gorrión o una
gotera, llueve muchísimo aquí, Rocamadour, mucho más que en e campo, y las
cosas se herrumbran, las canaletas, las paras de las palomas, los alambres con
que Horacio fabrica esculturas. Casi no tenemos ropa, nos arreglamos con tan
poco, un buen abrigo, unos zapatos en los que no entre el agua, somos muy
sucios, todo el mundo es muy sucio y hermoso en París, Rocamadour, las camas
huelen a noche, y a sueño pesado, debajo hay pelusas y libros, Horacio se
duerme y el libro va a parar debajo de la cama, hay peleas terribles porque los
libros no aparecen y Horacio cree que se los ha robado Ossip, hasta que un día
aparecen y nos reímos, y casi no hay sitio para poner nada, ni siquiera otro
par de zapatos, Rocamadour, para poner una palangana en el suelo hay que sacar
el tocadiscos, pero donde ponerlo si la mesa esta llena de liros, yo no te podría
tener aquí, aunque seas tan pequeño no cabrías en ninguna parte, te
golpearías contra las paredes. Cuando pienso en eso me pongo a llorar, Horacio
no entiende, cree que soy mala, que hago mal en no traerte aunque sé que no te
aguantaría mucho tiempo. Nadie se aguanta aquí mucho tiempo, ni siquiera tú y
yo, hay que vivir combatiéndose, es la ley, la única manera que vale la pena
pero duele, Rocamadour, y es sucio y amargo, a ti no te gustaría, tú que ves a
veces los corderitos en el campo, o que oyes los pájaros parados en la veleta
de la casa. Horacio me trata de sentimental, me trata de materialista, me trata
de todo porque no te traigo o porque quiero traerte, porque renuncio, porque
quiero ir a verte, porque de golpe comprendo que no puedo ir, porque soy capaz
de caminar un ahora bajo el agua si en algún barrio que no conozco pasan
Potemkin y hay que verlo aunque se caiga el mundo, Rocamadour, porque el mundo
ya no importa si uno no tiene fuerzas para seguir eligiendo algo verdadero, si
uno se ordena como un cajón de la cómoda y te pone a ti de un lado, el domingo
del oro, el amor de adre, el
juguete nuevo, la gare de Montparnasse, el tren, la visita que hay que hacer. No
me da la gana de ir, Rocamadour, y tú sabes que está bien y no estás triste.
Horacio tiene razón, no me importa nada de ti a veces, y creo que eso me lo
agradecerás un día cuando comprendas, cuando veas que valía la pena que yo
fuera como soy. Pero lloro lo mismo, Rocamadour, y te escribo esta carta porque
no sé, porque a lo mejor me equivoco, porque a lo mejor soy mala o estoy
enferma o un poco idiota, no mucho, un poco
pero eso es terrible, la sola idea me da cólicos, tengo completamente
metidos para adentro los dedos de los pies, voy a reventar los zapatos si
no me los saco, y te quiero tanto, Rocamadour, bebé Rocamadour, dientecito de
ajo, te quiero tanto, nariz de azúcar, arbolito, caballito de juguete...
Julio
Cortázar, RAYUELA, Capítulo 32